miércoles, 2 de julio de 2008

Camila Henríquez Ureña


Así se llamo la gran maestra, ensayista, educadora y crítica literaria. No era cubana, aunque allí fue donde vivió y dejo sembrado en muchos sus valiosos ideales.
Nació en República Dominicana el 9 de abril de 1894 y a la edad de nueve años se trasladó con su familia a Cuba, donde en 1926 adoptó la ciudadanía cubana. Camila provenía de una estirpe familiar de literatos, pensadores y educadores. Hija de Salomé Ureña, quien fue una notable precursora de la educación femenina en República Dominicana y Federico Henríquez y Carvajal, presidente de la República.
Camila era un ejemplo de esas mujeres de vanguardia que desmentían la incapacidad de las mujeres, y validaban su talento e inteligencia con decoro. La primera prueba de capacidad cultural que puede dar una mujer es la seriedad ante el trabajo y ante la vida. Tales palabras, pronunciadas por Camila en marzo de 1939, en el acto de propaganda del Congreso Nacional Femenino, en la sociedad Lyceum, que también presidió, son el reflejo de su actitud cívica y de su autoestima.
“El verdadero movimiento cultural femenino empieza cuando las excepciones dejan de serlo.” Sus palabras hoy pueden parecer proféticas.
... No es que el amor no pueda ser lo más grande en la vida, sino que el concepto del amor que a la mujer le era inculcado era un concepto servil: El amor es lo ‘único’. Resultado: una larguísima lista de vidas fracasadas, abortadas porque la mujer tenía una sola razón de vivir y estaba situada fuera de su ser, absolutamente ajena al dominio de su voluntad. La curación de la mujer de esa hipertrofia del sentimiento será uno de sus grandes progresos; pero la revisión de toda moral sexual a que aspira no es un problema que pueda solucionarse a corto plazo. La mujer reclama libertad para organizar su vida sexual, respeto para su personalidad humana. Es decir, pide a la vez que una reforma de las leyes, una transformación en las costumbres; y pide algo más: un cambio de actitud mental...

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